marzo 09, 2010

Barcelona polar



Barcelona me dio hoy una de las mejores sorpresas que podía darme.

Una mañana bastante normal, un poco más fría de la cuenta, pero es que llevamos un par de días fríos a pesar de que estoy seguro que de aquí a una semanita o así vendrá el calor y se quedará.

Sin levantarnos de la cama, Tobías y yo estuvimos un buen rato viendo el capítulo 6 del Catálogo Audiovisual del Bulli, el cual se merece un post aparte y más, pues ha sido un regalo maravilloso de Elisa que ha contribuido enormemente a mi obsesión con el restaurante. Estuvimos así hasta que vino Edwin a decirme: "ya viste wey? está nevando!" Me levanté sin muchos ánimos, pues casi es primavera, estamos ya en marzo y rápidamente concluí que era imposible que con este poco frío remanente pudiera nevar. En todo caso podría ser "aguanieve", como le llaman aquí a esa cosa intermedia entre lluvia y nieve. Cuando vi que los vidrios de la sala estaban totalmente empañados supe que fuera hacía mucho más frío del que pensaba y luego simplemente fue dejarme llevar por la euforia del niño que ha visto nevar contadas veces...

Cancelé una reunión con Ànnia, decidí que no iría a clase de Anàlisi II y que probablemente tampoco vería a Sergi, mi alumno particular de los lunes. Llamé a México, a mi hermana y mi madre, para contarles que estaba nevando muchísimo, como no nevó durante los días más duros del invierno, mientras el paisaje de escasos metros entre mi edificio y el de enfrente me parecía más interesante que nunca. Esta nevada fue como un regalo de reyes, como un guiño de la vida, fue algo que deseaba tanto que, al ver que finalmente sucedía sentí una gran satisfacción. Sólo me hubiera gustado que no se hubiera hecho esperar tanto, pues me hubiera encantado que Ziki hubiera estado aquí para verla, en diciembre. Y también fue como decir: "ok, el 2009 ya se acabó..." si, en pleno mes de marzo.

Unos 30 segundos después de colgar, el teléfono sonó de nuevo: era Elisa preguntando si estaba viendo la nieve. Quedamos rápidamente en el Zurich y después de tomar unas cuantas fotos salí para allá, con paraguas, sueter y chamarra polar, aunque sin frío. En el camino me fui parando cada pocos metros, estupefacto, contento de ver que la gente no se quedaba indiferente y que no era el único sorprendido.

Cuando salí del metro Catalunya miré al cielo desde la escalera eléctrica y parecía el de otra ciudad, una ciudad nórdica, totalmente gris, el viento fuerte y frío, la gente vestida con abrigos polares, anoraks y ropa impermeable. La nieve era algo más intensa, los copos más grandes y el frío más evidente. Mientras esperaba en la entrada del Triangle el temporal se mantuvo así, más o menos igual. Decidimos ir a comer. Queríamos algo barato y medianamente aceptable. Como últimamente estoy muy exigente y nada se me antoja (en parte motivado por los videos del Bulli) dejé que Elisa decidiera sin objetar en lo mínimo.

Entramos en el Fresco. Todo estaba peor que de costumbre, no había pasas ni arroz integral ni mantequilla. La coca cola que me sirvieron estaba tibia y casi sin gas. Me di cuenta de que la crema de calabacín era sosa a más no poder cuando ya estábamos sentados y la tragué a grandes sorbos tratando de evocar en mi paladar el gusto a sal. Como ya me ha pasado lo mismo, ahora siempre le pongo sal a todo, incluso antes de probarlo, pero esta vez no le puse a la sopa. Pasé al intento de ensalada que como pude reuní en el plato de junto con un poco menos de insatisfacción. Eli me dio un bocado de pizza que según sus palabras estaba "menos mal que de costumbre"... jajajajajajaja! Me hizo gracia pues normalmente el sarcástico soy yo. Era de una mezcla extraña, con quesos y un poco de pesto, casi demasiado salada. Entonces me levanté a servirme algo de los platos calientes. Cuando iba llegando a la barra casi pude escuchar los pasitos múltiples de una pequeña cucaracha, muy café y brillante, que exploraba desde el principio de la barra hacia mi derecha, en dirección al plato del que esperaba después de mi. Casi se sube al plato. No quise montar un pollo (me encanta esta expresión) y como pude terminé de servirme dos pedazos. Regresé a la mesa y no sabía que hacer, a Elisa no le daba asco y siguió comiendo, casi mostró compasión hacia el insecto. Decía que para ella era normal que hubiera cucarachas en un restaurante, por las cañerías y la calle. Yo no sabía que hacer, no tenía ganas de pelearme, de verdad. Así que advertí al primero que pasó de la existencia del bicho, quien me dijo: "y por qué siempre me dicen a mi?". Luego le dije al cajero lo que había pasado y que no podía seguir comiendo. Al poco rato el encargado me devolvía los 17,40€ de los dos menús, mientras Ànnia me llamaba para decirme que no había clase de Análisis y Elisa se lamentaba, ya en la calle, de no haber podido comerse el trozo que más se le antojaba, por dejar lo mejor al último.

Cuando salimos del buffet la imagen de la ronda Universitat había empeorado mucho. Mientras regresábamos a la plaza Catalunya fuimos testigos de una señora nevada! Jajajaja, como me desagrada esta expresión. El caso es que nevó muchísimo, hacía mucho viento y mucho frío. La nieve empezó a cuajar y se fue acumulando en coches,
árboles y donde pudo. La gente estaba eufórica como nosotros. Lo de unas horas antes no tenía comparación, parecía como si estuviéramos en otra ciudad de pronto. La plaza era otra, los jardines blancos, la gente gritando y sacando fotos a lo loco. Nos metimos un rato a la Fnac para calentarnos y porque quería ver un libro que me voy a tener que comprar muy pronto, el de Comer para Pensar, con Ferran Adrià dibujado por Matt Groening en la portada.

Cuando regresamos a casa pudimos ver en las noticias que los autobuses y los trenes estaban paralizados, que la AP7 cerrada y con coches atascados en ambas direcciones, la frontera cerrada, las clases suspendidas y un montón de gente que no podía regresar a su casa. Por las mediciones meteorológicas decían que no nevaba así en 25 años. Para el álbum de fotos completo, click.

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