febrero 02, 2007

la vida por rutas

Posted by Picasa
Me doy cuenta de que cuando cobro real conciencia de la soledad es mientras camino.

Así me pasó en octubre del 2005 y así me volvió a pasar hace 15 días que estas dos mujeres que ven aquí se regresaron a México. Ni entonces ni ahora lloré en el aeropuerto, claro, no porque no quisiera llorar, sino porque me quería hacer el fuerte, no quería entorpecer la despedida.

En esta ocasión las acompañé yo solo, íbamos los tres muy desvelados porque la noche anterior nos fuimos a cenar al can Margarit. Es una taberna medio rústica, medio escondida, cerca de la avenida Paral.lel, por el centro, para ir en manada, para celebrar cumpleaños y esas cosas, porque está medio caro, porque la comida es deliciosa (comida típica catalana, la especialidad es el conejo), y porque cada que pides una botella de cava te la sirven con una luz de bengala y en automático todo el restaurante empieza a cantar las mañanitas, bueno, el cumpleaños feliz.
Aquí en la foto aparecen Arantza, mi mamá y Laura cuando ya nos íbamos.

De ahí me los llevé a la Concha, que varios de los que han venido a visitarme ya conocen, pues es uno de mis luhares preferidos. Está dedicado a Sarita Montiel, tapizado de las fotos de sus películas, de sus apariciones en público, de carteles, entrevistas, etc. Está en el mero raval, siempre ponen música árabe-electrónica (junto al aparato de sonido tienen un cartel que dice: "no se aceptan peticiones"), y ya como a las 2 o 3 empiezan a poner a Paquita la del Barrio.

Como el camino para llegar a la concha está medio kool aid, y como encima de eso estaba lleno y tuvimos que esperar afuera a que se salieran unos cuantos, pues se estaban empezando a poner sus moños, pero al final entramos. Eliseo, en adelante "Cheo", pidió una cachimba, no sé muy bien por qué, porque no tenía idea de lo que es. Yo pedí tes de menta para las fresas y Laura pidió un Malibú con piña.

En esta foto, Arantza, Cheo, Laura y mi madre entrándole a la cachimba, que la verdad estaba en su punto: te dejaba un saborcito a manzana que era lo mejor, y el humo era casi como vapor, como vapor fresco que no irritaba la garganta.

Pues como estaba lleno y todavía no ponían las rolas meras buenas, no nos quedamos mucho tiempo y aprovechando que no estábamos tan lejos de la playa nos fuimos a otro lugar, el Lekassbah, que es un antro en plan música techno/house de guiris, turistas, pero que está bien por el lugar y porque la música no está mal. Aunque ya para esas horas todos estaban cansados y claro, el fantasma del viaje al día siguiente se hacía cada vez más evidente.

Hablando del viaje de mi mamá y hermana hay que decir que no fue un viaje excento de emociones fuertes, empezando por el desmadre de Air Madrid. Desde que a mi se me ocurrió venirme por esa aerolínea el año antepasado, porque era lo más barato y casi la única que me vendía un boleto sólo de ida, me di cuenta de que era un desastre, pero como viajero de ellos nunca se me hubiera ocurrido ponerles una queja, al contrario, les hubiera dado un premio por hacer lo que hacían con los recursos que tenían. Digo todo esto porque cuado supimos que le quitaron la licencia de operación, creímos que era por las quejas de los pasajeros.

Al principio no me cayó el veinte, luego empezamos a ver las noticias en el periódico y en la televisión, las pancartas afuera de las oficinas, etc. Hasta que mi mamá reaccionó y fuimos a poner la reclamación al aeropuerto. Esa fue una de las primeras anécdotas.

Además de eso, estuvieron los roces entre nosotros, que, en palabras de mi mami, "estamos bien locos".

No quiero que se vuelva una bitácora del viaje, así que les ahorro lo demás. Más bien vuelvo al día de la despedida. Fue un alivio para mi madre, que por fin podría volver a su querido trabajo, a su país y a su casa. Dio desde el principio claros síntomas del síndrome del jamaicón. Para mi hermana y para mi fue más triste, simple y llanamente triste, sin otras connotaciones. Para mi estaba claro que no podía, de ahora en adelante, dejar pasar tanto tiempo sin verlas, sin ver a mi familia entera. Pero el caso es que me hice el machito y me aguanté las lágrimas. Estaba tranquilo. Les tomé las últimas fotos formadas para pasar la aduana, luego me cerré la chamarra y me fui caminando al aerobús. Apenas eran como las 10 de la mañana. Me fui leyendo el periódico, me bajé en la plaça Espanya como a los 15 minutos (super rápido), y caminé por ese trayecto que hicimos tantas veces juntos, por Creu Coberta y la carretera de Sants hacia mi casa, y ahí fue cuando sentí el madrazo, al caminar y no tener nada que comentar de los edificios, ni tener que decir en voz alta algún lugar que se me ocurriera para visitar, al no tener el brazo de mi madre que abrazar o el peinado de play mobil de mi hermana que mirar.

Pero lo peor fue al entrar en mi casa. Era temprano, casi no había ruido, fui subiendo los escalones, 23, para cuando abrí la puerta ya estaba llorando como un niño, y me acordé mucho de hace dos años, el 21 de octubre que se regresó Jorge, que no fue sino hasta caminar las rutas que hacíamos juntos cuando sentí plena la soledad y el vacío, ese vacío que no debe existir según mi analista, María Luisa, porque cuando estás con alguien que quieres debes construir, debes dar pero no hasta quedarte vacío.

Anoche caminando por las ramblas me vino esta sensación de nuevo, no era sólo la calle, era la ruta, de los shawarmas al metro, la hora, etc. Aún acompañado me sentí solo, y pensé que era una buena oportunidad para eso, precisamente, para estar solo y pensar en mi otra vez, para empezar a construir esas cosas que llevan casi dos años devastadas e idear un nuevo plan que me incluya en primer lugar.