septiembre 10, 2006

10 de septiembre


La primera vez que fui a París estaba el cielo muy nublado. Ese primer vuelo transatlántico se me hizo eterno, no podía creer lo pequeños e incómodos que eran los asientos, lo grande y viejo que era el avión, no podía creer que no se hubiera desarmado en el despegue, pues el "carreteo", que duró como diez minutos, sirvió para asustarnos a todos, pues nos dimos cuenta de que la pista estaba llena de baches y de que a esos aviones les cuesta alguito despegar.

Luego el vuelo fue bastante aburrido, me la pasé viendo la pantalla con el mapa que muestra un avioncito diminuto, que se supone que es uno mismo, a falta de algo más interesante que hacer. Por mi mente pasaban muchas cosas, muchas ideas, tenía la sensación de ir a la aventura, sentía una falta total de contingentes. En pocas palabras, mi vida era un desmadre. Pero ahora no pienso igual, viendo en retrospectiva creo que no había tanto al azar en esa ocasión, que más o menos tenía un planing, pues sabía muy bien que haría los exámenes de admisión en tres escuelas en tres países diferentes, y tenía muy clara mi primera opción. María Luisa, mi analista, me hizo notar que mis tres posibles teachers eran Pierre, Peter y Pedro, como mi papá. Casualidad.

Cuando por fin vi que descendíamos, que en el mapa cada vez estábamos más cerca de París, me desperté del aletargamiento y me dieron muchas ganas de ver el paisaje, de hacerme una idea de las urbanizaciones francesas, de su orografía, pero casi casi desde que empezábamos a sobrevolar tierra firme, toda la visión se vio reducida a un blanco intenso, eso si, muy bonito, de nubes, pero de nubes al fin y al cabo, que no son nada más que eso cuando quieres ver más allá de ellas. Y ahí empezó lo emocionante, lo desesperante: descendíamos y descendíamos y lo único que se veía por las ventanas eran nubes. Ví como desplegamos los flaps, primero un poquito, luego más, y más; escuché las instrucciones para el aterrizaje; oí como salía el tren de aterrizaje, en especial esos ruidos que hacen pensar que alguien está cerruchando el fuselaje; y no veía nada más que nubes. Y claro, además de las nubes, había un montón de turbulencia. Así que estuvo muy emocionante, pues sólo cuando pasamos la reja del Charles de Gaulle pude ver algo más, pude ver unos camioncitos del aeropuerto, como los que me trajeron una vez los reyes magos, y poca cosa, aviones estacionados, focos azules, rojos, amarillos, y el cielo nublado.

La primera vez que regresé a México también fue muy emocionante. En esa ocasión me sorprendió que te hagan dormir a huevo, que no puedas llevar abierta la ventanilla todo el viaje. Fue un viaje un poco angustioso porque estaba ansioso por llegar. También el final fue lo más emocionante, pues le dimos dos vueltas completas al DF con un cielo lluvioso, pero claro, y también hubo un poco de turbulencia al final. Siempre me ha gustado mucho ir reconociendo la ciudad, las colonias, las estaciones del metro, los edificios.

La última vez que vine de México ha sido la más triste. Y ahora se cumplió exactamente un año de eso, el 11 de septiembre. Me vine en uno de los primeros vuelos de Air Madrid de Toluca al Barajas, me llevaron Náhuatl, Zitaima y mi madre, se estuvieron conmigo hasta que abordamos, como a la 1.00 am, aguantando el frío. Y luego la despedida, con su respectivo llanto colectivo. Pero lo más fuerte fue cuando despegamos, empezé a llorar como cuando se murió mi gato Rafiki, desconsolado, pero casi en silencio, sentía como si nunca más fuera a regresar, y para colmo sobrevolamos el DF, lo que me puso más triste, aunque estuvo muy bien porque pude reconocer muchas cosas.

Esta vez perdí el avión a París y me tuve que venir en la tarde en tren. Es lo que tiene volar por Vueling, que al final no sale tan barato y, encima, no te reembolsan nada si te quedas dormido.

Ahorita estoy regresando a Barcelona, me gusta sobre todo llegar de noche porque se ven claritas la Diagonal, la Gran Vía, el Maremagnum, y se ven elgunos pueblecitos de la costa. Esta vez vengo tranquilo, pasé una semana maravillosa con Norma, Mateo, Sebastián, Loló, François, Olivier 1 y 2, Thav, Bruno, Rafa y Jean-Luc, nos dio tiempo de ir al Orsay, a la Ciudad de la Ciencia, a Versailles, caminamos un montón... y estuvimos en el Pompidou también. La foto es de mi cel desde la última planta.