agosto 29, 2009

Flashback de las 4am


Cuando la escuché por primera vez no sabía que esa canción cambiaría mi vida radicalmente en un lapso de dos años. Pasaban de las cuatro de la mañana y yo deambulaba por internet, adormecido. Pero no era insomnio, eran ganas de no ir a dormir, ganas de alargar un poco más la noche.

Leía descuidadamente noticias, un par o tres de mis blogs favoritos y alguna tontería cuando empezó una más de las miles de canciones que he escuchado casi por error por formar parte de alguna lista de reproducción. Ni me percaté de su inicio. Seguía leyendo cuando esa sensación de ahogo empezó a reptar por mi cuerpo. Era una profunda nostalgia provocada por un par de notas y una armonía muy sencilla que me esclavizaron casi de inmediato.

Me quedé inmóvil. Cerré los ojos. Pensé en las cosas que nunca hice, la gente que no está, en los lugares a donde no he vuelto, las caras que no he visto desde hace años. De pronto me vinieron como estampida sensaciones pasadas, imágenes de la prepa, flashes de mis constantes viajes en metro, miradas que crucé con tantos desconocidos, calles que recorrí por única vez, y de pronto estaba inmerso en una etapa de mi vida de hace 10 años al menos.

Casi sin pensarlo empecé a teclear los nombres de mis compañeros, ¡pero qué poco recordaba! No fui capaz de escribir los dos apellidos de nadie, ni siquiera de mi mejor amigo. Pensé en aquélla muchacha de Biología con la que intercambié uno de mis primeros cuentos en tercero. ¿Cómo se llamaba? Una vez me encontré a su novio en una librería del centro, pero de él no recuerdo ni la cara. Luego, casi automáticamente, me vi tomando Viña Real en aquél tronco enorme, a unas calles de la escuela, con un grupo de amigos… Marcos y los demás… sólo recuerdo las caras. Tomábamos después de clases, una vez por semana, más o menos. Luego nunca los volví a ver. Recordé a Susana mientras lloraba, abrazándome en una parada de autobús, cuando terminamos y mientras me decía que el rechazo duele. Años más tarde la vi en su facultad, en CU, durante dos minutos en los cuales nos prometimos hablarnos y salir de vez en cuando. Recordé a Carmen y a Toño, nuestros paseos por el plantel, las tortas de pierna y las sopas Maruchan, la pelea multitudinaria cuando una vez entraron los porros, nuestros maestros de Filosofía, Sicología y de Matemáticas.

Dejé tres años de mi existencia en ese lugar y ahora no me queda nada. Ni un teléfono, ni una dirección ni un correo electrónico. Estoy seguro que si me encontrara a la mayoría de compañeros que tuve no los reconocería. Tantas horas de clase, tantos trabajos hechos en equipo, experimentos, exposiciones, exámenes, tantas horas de tedio esperando que viniera una maestra que no avisaba o un maestro que no salía de su junta. Pero sobre todo tantas caras y tantas voces que sólo prevalecen en una memoria que salta con un trozo de una canción anónima.