Hoy empezó el festival de música antigua de Barcelona.
La verdad me desilusionó un poco que casi no haya nada programado de música medieval esta vez, salvo los del ensamble Gilles Binchois, y los de Sequentia, que no podré ver.
Pero el concierto de hoy era muy especial, porque en él tocó Josep Maria, uno de mis mejores amigos y que ha sido por donde he tenido más contacto con la cultura catalana. Gracias a él conocí a un montón de gente, fui a mi primera calçotada, se pronunciar la 'll', etc, etc. Y pues hace un rato, cuando salió por el escenario de la sala Oriol Martorell convertido en todo un profesional de la tiorba, me dio mucha emoción.
La música que tocaron me encantó, sobre todo las cosas intrumentales, pues esa formación de quinteto de metales es maravillosa. Tenían tres sacabuches y dos cornettos. Tocaron pura música inglesa del XVII y me pareció super original el tema: "los gritos de Londres". Resulta que hay una serie de compositores que hicieron piezas basándose en lo que pregonaba la gente por las calles, desde los vendedores de todo tipo hasta la descripción de un niño perdido. La idea está genial, pero en la interpretación me topé con una de mis limitaciones, pues los cantantes empezaron a hacer chistes y eso... simplemente no me gusta. Cuando en un concierto alguien empieza a sonreir, cuando empiezan a hacer bromas, a saltar, a imitar sonidos de animales, bailar, o simplemente a mover la cabecita de un lado para otro, ya cayó de mi gracia. No sé, es algo muy personal, siento que demerita todo lo demás. A Arantza, por ejemplo, no le molesta, le gusta, incluso. Dice que no tiene por que ser todo solemne. Y yo estoy de acuerdo en esto último, pero por qué banalizar la música e interpretarla desde un punto de vista tan superficial?
Josep Maria tuvo un solo espléndido, tocó unas divisiones anónimas que aplaudimos muchísimo y eso ya valió por todo.
El concierto que viene es el domingo, ya iré contando un poco al respecto.
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